Nunca fui a Atotxa. Ni mis progenitores me han contado historias del viejo campo. No viví el título de la Copa del Rey de 1987, y no había nacido todavía cuando, tras ganar dos títulos de Liga la Real llegó hasta las semifinales de la Copa de Europa. Tampoco presencié el salto de la Real hacia una nueva manera de entender el fútbol con la llegada de Richardson, Aldrigde y Atkinson. Vídeos y fotos en blanco y negro me hablan de Arkonada y el gol de Zamora en El Molinón está entre mis favoritos de una lista de recuerdos que jamás viví.
Tenía nueve años cuando las mochilas de Kaixo Anoeta inundaban Gipuzkoa. He crecido en Anoeta, de la mano de la Real de Uranga, con las camisetas de Bankoa y Kraft. Recuerdo la segunda etapa de Toshack en el banquillo txuri urdin y he visto crecer a grandes y no tan grandes jugadores de aquí y de allá: De Pedro, Luis Perez, Gica, Karpin, Kodro, Alkiza, Etxeberria, Imanol, Alberto... Más lejanos me quedan Carlos Xavier, Océano, Uría y compañía. Las tardes de carrusel me trasladan a goleadas como las del 5-0 al Athletic o el 8-1 al Albacete. Son las mejores gestas que recuerdo de mi equipo además de llegar a octavos de la Champions League, el subcampeonato de hace un par de años, el tercer puesto con Krauss y competir en la Copa de la UEFA, cuando eso aún era importante.
Yo llegue a esto después de la Ley Bossman y las S.A.D., cuando la globalización ya se había merendado la conciencia de medio mundo y los ideales dejaban paso a las aspiraciones. Por desgracia el fútbol dejaba de ser ese reducto donde cada rincón, cada ciudad, cada provincia, proyectaba sus ilusiones, esperanzas e ideales para convertirse en un exponente más -o quizás debiera decir en uno de los máximos exponentes- del ser humano como tiburón.
Por todo ello antes era más fácil ser de la Real. La Real que yo recuerdo siempre ha sido mediocre dentro del fútbol como espectáculo y negocio como se entiende ahora. Sin embargo, era un orgullo para la provincia reconocer que éste, sin presumir de ello, era un club humilde, honrado y elegante. Una empresa, sí, pero donde los valores, la educación, el buen hacer y el respecto dirigían el barco con más o menos criterio y acierto en los campos de fútbol. Hasta que el ‘todo vale’ nos abordó.
Así, la presidencia de Astiazaran pasó por la Real como un torbellino. Buenos resultados en el campo que contrastaron con una pésima y dudosa gestión que dejó a la Real herida de muerte. Mientras, la afición de la Real se atragantó con las sobras del triunfo y, enrabietada por el hambre de vencer, quiso vivir por encima de sus posibilidades. Una ambición que ha acabado pagando caro el club, puesto que el mandato de ‘Denon Erreala’-que vaya coña con el nombre-, no supo, en tres Consejos distintos, enmendar la trayectoria de un club con un turbio destino. Y entonces apareció entre las sombras él: Iñaki Badiola, el salvador, como algunos quieren verle. Un nuevo amo de una correa muy gastada. Tres presidentes en un año, una guerra civil entre instituciones, exdirectivos y el club. Una deuda que no para de crecer. Un año más en Segunda división. Un presidente que no parece saber cómo sacar a flote este barco hundido. Una afición rota, desilusionada…
Qué difícil es ser de la Real Sociedad.
3 comentarios:
Discrepo. Lo díficil no es ser de la Real. Es dejar de serlo. Tan díficil que sospecho que no dejaremos de hacerlo. Por mal que vayan las cosas. Por mal que se hagan las cosas.
Es que una vez que se es de la Real y se conoce esta 'droga' uno no puede, ni quiere, quitarse.
Lo difícil va a ser conquistar a las nuevas generaciones con la Real que estamos construyendo.
Eso nos pasa por meterlos en una competición que no podemos ganar, con paramétros como los del resto, en un mercado abierto (ergo, hóstil) y pensando encima que por más listos que los otros ibamos a disfrutar de lo que teníamos y comerles la tostada a los otros en su terreno.
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