Tras un verano demasiado plano, sin apenas movimientos y sin lograr ilusionar a la afición, la Real viajó a Gijón donde, sin desplegar un buen juego, fue capaz de dominar y ser superior al rival consiguiendo los 3 primeros puntos de la temporada. Después vino el Barça a Anoeta y el equipo logró, en 45 minutos, lo que no se había logrado en tres meses: generar esa ilusión tan necesaria en la grada. Remontada y un punto vital ante un rival de altos vuelos. Tocó viajar a Sevilla, donde el míster padeció de mal de alturas y cambió todo lo que funcionaba hasta el momento. No pasaba nada: una victoria, un empate y una derrota fuera de casa no era un mal bagaje.
Nos visitó el Granada y, aunque ganamos, empezaron a saltar las dudas. El juego no fue bueno. Las dudas se confirmaron ante el Mallorca. La Real mejoró pero se volvió de vacío. Y entonces tocaba el turno del derbi. Llegaba en un buen momento: los aficionados soñaban con ganar al eterno rival y, de paso, disipar las dudas y dar un salto de calidad. Las expectativas cayeron en saco roto: Pésima imagen de un equipo sin actitud que regaló el partido.
Y aquí estamos. Tras seis partidos, con siete puntos, en mitad de la tabla y sin saber a qué aspira un equipo en el que ya hemos visto todos los ingredientes habituales: falta de carácter, irregularidad, individualidades que aparecen y desaparecen, momentos brillantes y torrijas mentales.
Agiten la coctelera. ¿Qué saldrá de ahí?
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