“Era junio de 2003, y luchábamos por ganar la Liga...”
Yo soy de la generación de las mochilas del ‘Agur Atotxa’, del fútbol por la radio los domingos por la tarde, de los resúmenes del partido de la Real Sociedad tras el Teleberri a última hora del fin de semana en el ‘Derby’, de la Real con extranjeros, esos cuyos nombres empezaban por K, del 5-0 al Atlhetic, del 8-1 al Albacete, de Anoeta, de aquel equipo que peleaba por acabar la liga en puestos de UEFA, y que antes de eso, me contaban, ganó dos Ligas y también una Copa del Rey cuando yo todavía aprendía a nombrar todo lo que me rodeaba. Del fichaje de Etxeberria por el Atlhetic, los torneos de verano en los que el equipo vecino nos goleaba y los partidos de Liga que no nos consiguió ganar en varios años seguidos, de la Real en primera, y de aquellos ilustres jugadores que vi retirarse en el campo, en Anoeta, el único estadio de fútbol que he sentido como mío, porque nunca llegué a pisar Atotxa. Del ‘eskerrik asko Kodro’, los pitos a Karpin y el ‘Lorenzo, fíchame de Darko’. De un joven De Pedro, de las subidas por banda de Aranzabal, de Alberto en la portería, y de la cantinela de ‘No pasa nada, tenemos a Arkonada’ que repetíamos como papagallos en el patio del colegio sin haber visto jugar jamás al gran arquero realista. De la Real de las segundas oportunidades (Alkiza, Loren, Toshack), e incluso de terceras (Toshack otra vez). La Real de los fichajes ‘paquetes’.
Y, con es Real, aprendí a amar a aquellos colores y a sentirlos como míos. Disfruté de las aventuras europeas, sufrí con el destino traicionero que quiso que Aitor Zabaleta se convirtiera en un icono para la afición txuri urdin, y me rebelé con el subcampeonato robado en la temporada de Krauss.
“Era junio de 2003, y luchábamos por ganar la Liga...”
En pleno proceso de aprendizaje, de asimilamiento de los colores y el escudo realista como parte de mí, de acercamiento a la familia y al sentimiento txuri urdin que me regaló mi primer carné de socia, llegó la gloria. La tocamos con la punta de los dedos, llegamos a sentirla en las manos, pero en el último minuto se esfumó, como los sueños cuando despertamos. Tanto nos lo habíamos llegado a creer, que lloramos amargamente sin saborear el éxito de haber convertido en grande un equipo humilde. La euforia se prolongó con la Champions, la elite del fútbol europeo. Y la Real sacó pecho, y logró lo inimaginable: pasar de la primera ronda. Nos lo seguimos creyendo, sin ser capaces de anticipar lo que nos esperaba: el retorno a la normalidad, a nuestro sitio de siempre, fue duro. Del mareo que llevábamos, perdimos el norte y nos perdimos. Y aparecimos en infierno.
“Era junio de 2003, y luchábamos por ganar la Liga. Alguien colgó una bandera de su balcón y a la semana eran decenas de miles. Cuatro años después aún resisten algunas. Quizás están ahí por olvido... Yo prefiero pensar que están ahí porque aún hay gente para la que el orgullo no depende de lo que ganas, sino de lo que sientes. Y que ahora más que nunca es el momento de lo que llevamos dentro”.
Hubo de ser un anuncio televisivo quien nos recordara que el orgullo aflora para hacer más llevaderas las travesías en el desierto cuando de verdad sentimos algo como propio, cuando luchamos, sufrimos, compartimos y vivimos un sentimiento día a día, sin arrepentirnos de lo que somos, sin simulacros.
El descenso fue un duro golpe que no por anunciado fue más llevadero. Como decía, yo soy de esa generación que asumía el rol de la Real Sociedad como equipo clásico de primera división, como si la historia, y el papel de la Real en la misma, fueran a evitar que pagáramos los errores de creernos quien no fuimos ni seremos. Estos últimos años nos hemos convertido en ese equipo que no ilusiona, que no convence, que no aparece en los resúmenes de la Liga, que no siempre figura en las quinielas y que, incluso este último año, jugaba los domingos a las 12. No fuimos los cocos. Fuimos la marioneta, el payaso, el hazmerreír que se creyó que en un día arreglaría varias temporadas de errores. Pero el descuento de Mendizorroza evidenció las carencias del club: orgullo, sacrificio, humildad. Se perdieron las camisetas txuri urdines en los patios de los colegios. Se perdió la identidad, la relación con la provincia. Se había perdido hace tiempo ya.
Ahora, dos años después de aquel duro momento parece que la Real regresa donde ‘merece’. Gipuzkoa entera quiere celebrarlo pero intuyo que dentro de unos meses, cuando la euforia, la ilusión y las victorias hayan desaparecido de los titulares, volveremos a ser un puñado en Anoeta.
Pero estos años en segunda me han enseñado una manera diferente de amar, sentir, disfrutar y sufrir el fútbol. He gozado de cada viaje, cada kilómetro, cada minuto pasado en compañía de estos colores, de este equipo y de esta afición. He llorado (Vitoria), he sufrido, me he aburrido (Ferrol), me he avergonzado (Sevilla), he reído, me he mordido las uñas, he cantado, me he quedado sin voz, me he reencontrado con gente, me he sentido poco arropada, he estado acompañada por miles de personas, he discutido y dado las gracias a los jugadores (Las Palmas), me he ‘enamorado’ (Vallekas!), me he humillado (Gal), me he deprimido (Huesca), me he cabreado, he conocido gente nueva, hemos hecho las bodas de plata (25 viajes en Salamanca)... Me he recorrido la geografía gipuzkoana, peninsular... y he llegado hasta Canarias. Y he vivido el mejor minuto que recuerdo en mi corta vida de aficionada. He sentido que formo parte de algo que va más allá de una tabla de clasificación, de una hoja de un periódico o de un nombre en una camiseta. Y eso, en primera, no va a cambiar. Porque el orgullo de ser de la Real, en primera o en preferente, va más allá.
“... el orgullo no depende de lo que ganas, sino de lo que sientes”.
Coleman, aquel de la lavadora estropeada, dijo que tardaríamos tres años en subir, y hubo quien quiso echarle por aquella ‘osadía’. Sólo espero que ahora, a las puertas de nuestro regreso a Primera división, hayamos aprendido la lección y no volvamos a repetir los errores que nos trajeron hasta aquí.
2 comentarios:
Pues a mi me ha sorprendido el hecho de que lejos de ser algo diferente, este periplo por la segunda me ha sido mas normal de lo esperado. A mi no me ha cambiado la forma de ver a la Real, curiosamente ha sido la misma que en primera.
Reconozco que ha sido raro volver a oir partidos en la radio. Y sobre todo me ha resulto super vergonzoso jugar contra filiales de otros equipos. No me ha importado jugar contra Castellon, Poli Ejido o Union. Si es el equipo contra el que ha de jugar la Real lo es. Pero lo de los filiales me mataba.
Y en conjunto esa frustracion de no ascender. Pero por lo demas, contra el rival que sea, en la categoria que sea, la Real ha seguido siendo la Real. Lejos de los focos de la liga BBVA ha seguido estando en el centro de interes de la gente a la que le importa la Real, de la gente que me importa.
Si algo me ha hecho llorar no ha sido donde estaba la Real sino como estaba. Y la posibilidad incluso de que dejara de estar. La posibilidad de dejar de tener partidos de la Real los fines de semana. En la categoria que fuera.
Afortunadamente el año que viene jugaremos en primera. Es lo que todos los realistas queremos. Pero eso no cambiara nuestra relacion con la Real, solo cambiara la relacion de la Real con el resto del mundo.
AMEN a los dosúltimos párrafos.
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